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Brasil: El gran Reino del tercer milenio


por R.N. Stelling Jr. (Brasil)


Hace ya mucho tiempo que difundo, entre los círculos que frecuento, mi absoluta preferencia por el sistema monárquico, y frecuentemente, lo que oía y percibía era un cierto descrédito de que mis opiniones pudieran tener alguna viabilidad en nuestro país.

Los años pasaron, y gracias a la iniciativa de nuestro querido Diputado Federal, el sr. Cunha Bueno, asistimos dentro del proceso de desarrollo histórico de nuestro país, al inicio de la reversión de este cuadro, o sea, paulatinamente he podido percibir en diferentes sitios que la Monarquía no parece ya algo "folclórico", nostálgico, en el sentido de pasado y no más viable.

Creo que muchas personas adeptas a esta idea, no tienen realmente espacio para poder exteriorizar todos sus anhelos e pensamientos. Aquí mismo podemos hacer una valoración. ¿Qué república tan segura y tan democrática es ésta que durante prácticamente 100 años prohibió la libre manifestación de opciones políticas salvo aquellas que tuvieran afinidades republicanas? Acordémonos de la Monarquía en Brasil, en especial del Segundo Reinado, donde, por orden del mismo Emperador, ni siquiera los periódicos que lo ironizaban sufrían sanciones. ¡Ah! Grandes tiempos ... Pero no nos limitemos sólo al pasado, pues ahora tenemos un nuevo momento histórico en el cual podremos realmente "arreglar la casa", o mejor dicho, podremos, con la implantación del sistema monárquico, organizar de una vez este nuestro país tan deteriorado por 100 años republicanos de desgobierno, corrupción, desvirtuación de declaraciones, falta de compromiso con la causa pública ...

Por parte del Gobierno actual, se nos cuenta insistentemente que estamos en camino del 1er Mundo. Nos parece hasta anecdótico si pensamos en los tiempos en que Brasil era una Monarquía, cuando nos sentíamos orgullosos del esplendor y del respeto que nuestro país merecía en el exterior: segunda fuerza naval del mundo, gran desarrollo cultural apoyado directamente por nuestro gobernante, nuestro Emperador Don Pedro II, tan ligado con las áreas de la ciencia y de la cultura en su calidad de corresponsal de grandes celebridades intelectuales de la época, partícipe de los progresos de su época.

Sí, estábamos dignamente representados y el Brasil era un palco en el cual las invenciones modernas de la época se colocaban subrayando nuestro desarrollo y nuestro compás con las Grandes Potencias, entre las que nos perfilábamos, disponiendo en corto tiempo de ferrocarril, teléfono, cables submarinos, etc.

Decía que no hablaría más del pasado, pero, a medida que escribo, parece que me pasa por la mente toda la grandeza nacional que me acredita y me honra como ciudadano de este país, y creo con firmeza, como futuro súbdito. Hombres de la talla de un Rui Barbosa eran los que se introducían en todos los niveles de la nación como personalidades destacadas y que hasta las primeras décadas de este siglo fueron producto de la "atmósfera" y de los incentivos que tuvieron en el período Imperial.

Más que nunca ha llegado la hora de que reconduzcan el gobierno del Brasil nuestros legítimos representantes frente a la comunidad internacional de las naciones: la Dinastía de la Casa de Orleans y Braganza.

Necesitamos con la máxima urgencia retomar nuestro crecimiento económico respaldados por una credibilidad internacional y nacional. Por lo tanto, solamente una personalidad que se sitúa por encima de los partidos y de los intereses de grupo, pero que sea el fiel de la balanza de la comunidad nacional, nos podrá garantizar la necesaria estabilidad de la que tanto carecemos.

En 100 años de desgobierno y sucesivos atentados contra todos los patrones de honradez pública, nuestro pueblo, paso a paso, comenzó a no creer en sus líderes (si es que aún tenemos alguno de proyección nacional), pues percibo y se percibe que la situación empeora cada día, que en lo cotidiano las leyes que deberían protegernos no lo hacen, sino solamente a las personas y grupos que hacen prevalecer sus posiciones para obtener ventajas o que disfrutan de diversos tipos de inmunidades .

El restablecimiento de la Monarquía nos garantizará ciertamente este arbitro tan necesario, pues la figura del monarca no debe representar a personas o grupos, sino simboliza el conjunto, a todos los miembros del país con sus valores e identidades propias. Esta es una de las glorias de la Monarquía en la actualidad. Sus soberanos son el ejemplo vivo de los derechos que sus leyes nacionales les garantizan.

Este es un punto fundamental: el dejar siempre claro que el monarca asume un papel histórico en el proceso evolutivo de la sociedad sobre la que impera, pues él es, en realidad, el gran símbolo de la autodeterminación, de la dignidad y de la certeza de la riqueza económica, política y cultural de una nación soberana.

Aquí reitero una vez más, insistiendo y clamando a todos a que luchen por ver a nuestro país en 1993 salir vencedor con la opción monárquica.

Ha llegado la hora de dejar de lado cualquier tipo de dubitación; es hora de desplegar nuestra bandera, clamando a todo nuestro pueblo, de las más diversas clases sociales, de diversos orígenes, grados de formación y profesiones, para marchar juntos en una cruzada cívico-histórica en pro de un Brasil mejor, de un Brasil que garantiza para sus hijos honra, derechos, paz, esfuerzo, educación, salud, vivienda, soberanía y una digna posición frente a los demás pueblos del mundo. Seamos de verdad el tan difundido "FLORON DE AMERICA", seamos, pues, aliado de un solo sentido histórico, él de la Verdad. Si así optamos, sólo una puede ser nuestra voz, y gritaremos al unísono: "¡Retorne la Monarquía, retorne nuestra dinastía de los Orleans y Braganza, retorne Brasil a su antigua posición digna dentro de la comunidad internacional de las naciones, retorne Brasil a contemplar a sus hijos con los ojos bondadosos, no obstante justos, de aquella madre, consejera y amiga que sabe como mejor orientar y auxiliar a sus hijos para que un día puedan ser hombres comprometidos con un mundo en
permanente cambio bajo el signo de la justicia!"

(Publicado en Monarquía Europea N° 4 - 1991)

LA FUNCIÓ REIAL A BÈLGICA


Paul Roux
Ministre Plenipotenciari de Bèlgica (1994)

Bèlgica va ser proclamada independent el 1.830 al separar-se del Regne dels Països Baixos. A començaments del 1.831, el Congrés Nacional dóna a Bèlgica una Constitució. El nou Estat belga és organitzat sota la forma d'una Monarquia Constitucional parlamen­tària.

Quan es va elaborar la Constitució, el Congrés va escollir la Monarquia, per una gran majoria, com a forma de Govern. Aquesta decisió va ser presa desprès d'un gran debat llarg i seriós.

Si es volen saber les raons d'aquesta elecció, s'ha d'invocar, en primer lloc, una tradició monàrquica ben arrelada a les nostres provìncies (pensem particularment en les monarquies espanyola u austríaca de les que vam dependre al segles XVI, XVII i XVIII). Una altra raó era el desig de tenir una forma de govern que portés l'estabilitat i la continuitat polítiques.

S'ha de fer també la preocupació del nou Estat independent per no contrariar les grans potències de l'època (Gran Bretanya, Prússia, Austria, Rússia, França) les quals, a excepció d'aquest darrer país, apreciaven poc la revolució de 1.830. Adoptar la república com a forma de govern hagués constituït una provocació.

Vam ser, doncs, dotats d'una Monarquia, però quina Monarquia? Una Monarquia constitucional.

Els constituents, els membres del Congrés, conservaven un mal record del règim holandés, jutjat per ells com autoritari. També es van esforçar per anular pràcticamet les possibilitats del poder personal del Rei. El que volien, segons els termes d'alguns d'ells, era una "Monarquia republicana" (Alphons Nothomb) o "un Rei constitucional amb institucions republicanes" (Charles Rogier). Com van aconseguir el seus objectius els constituents? Per la institució de la respon­sabilitat ministerial.

En virtud d'aquest principi, cap acte del Rei te efectes si no es recolzat per un ministre, el qual pren la responsabilitat. Per aquest fet, el Rei no és políticament responsable.

Tant si es tracte de la participació en el poder legislatiu (sanció de les lleis) com de l'exercici del poder executiu, només pot sortir efectes el concurs, l'acció conjunta del Rei i dels ministres.

Aquest mecanisme funcionava a l'època a Gran Bretanya i també a França durant la monarquia orleanista.

El recurs al començament de la responsabilitat ministerial té per objecte protegir a la nació contra l'arbitrarietat Reial. Però es tracta també de garantir al Rei i la continuïtat de la dinastia contra els perills de preses de posició arriscades, per a conformar a l'opinió pública d'un país "pluralista". Per exemple, la qüestió escolar o la legislació sobre l'avortament.

En aquest punt de la meva conferència desintjaria destacar l'evolució aconseguida des del 1.830 pels centres de decisió política. A començaments del regne de Bèlgica, el òrgans polítics emanaven dels 40.000 electors censataris (sobre una població de 4 millions i mig d'habitants), el seu dret de vot estava unit a la possessió de certes rendes. La qual cosa equival a dir que aquests electors eren al mateix temps els amos econòmics del país: el Rei apaReixia com el primer d'aquests notables.

Des d'aleshores, l'adopció del sufragi universal i les transfor­macions polítiques, econòmiques i socials van portar una evolució del poder en el marc de les institucions oficials i una extensió de la funció dels poders fàctics.

En el marc de les institucions oficials, el paper del Parlament ha disminuit en benefici de l'executiu. A l'interior de l'executiu, el paper del Rei s'ha debilitat en comparació al del primer ministre, i del Consell de Ministres.

Pel que respecta als poders fàctics, és la dominació dels partits sobre el conjunt del sistema polític: és la influència dels grups de pressió, no només les potencies financeres, predominants al segle XIX amb les forces ideològiques (l'Església, la francmasoneria), sinó els diversos interessos organitzats: el sindicats, la patronal, etc. ...

Que es pot deduir d'aquestes constatacions?

En un conjunt cada vegada més complexe, el paper de cadascú dels elements del poder de dret apareix a la vegada menys visible i menys determinant. Aixó s'aplica especialment a la funció Reial. El fet que en l'ordre polític exerceixi de manera discreta i sovint confidencial no ha de conduir-nos a negar la seva influència real a la vida pública belga.

Funció política i funció simbòlica

La Constitució espanyola defineix el paper del rei amb els següents termes: "El Rei és el símbol de la unitat i de la permanença de la nació, l'arbitre i el moderador de la vida política". Aquest texte defineix les dues cares de la funció reial, tal i com s'exerceix igualment a Bèlgica.

En l'aspecte polític l'acció del rei no es tradueix per la posada en marxa d'un poder propi o personal, sino per l'exercici del que s'ha anomenat "una altra magistratura d'influència". És per mitjà de l'opinió, la sugerència, la posada en guàrdia, l'advertència i l'estimul que el Rei exerceix una acció sobre els actors del joc polític. La seva perspectiva és la dels objectius a llarg plaç a on s'han de comprometre els països i l'Estat.

La perennitat de la seva funció i la continuïtat dinàstica l'animen a situar-se en aquesta perspectiva. Els seus interlocutors, al contrari, s'arriquen a limitar-se a curt plaç, a l'inmediat i al fet circunstancial.

Aquesta activitat del Rei es tredueix pel diàleg amb tots el que intervenen en la decisió política. Aixó posa en joc no solament al Parlament i al govern, sinó a "tot el que compte al país".


Importància i impacte d'aquesta acció política

Hi han moments que el paper del Rei, encara que quedi en principi cobert per la responsabilitat ministerial, s'afirma clarament i les seves opinions poden orientar l'evolució política de forma decisiva. Es tracta de la formació del govern i de la dissolució de les Cambres. Observem que fins en aquestes circunstàncies, la missió del Rei és la d'actuar en funció dels elements objectius de la situació i no fer prevaldre sobre aquests elements els seus drets personals.

En aquest ordre d'idees, no és qüestió de demanar al Rei que actui contra el sistema constitucional. No se li pot demanar que es faci l'interpret d'un suposat país real, que prengui posicions personals i s'opossi a les decisions d'un país legal. No és una solució exigir d'un dels elements del poder el posar-se fora de la regla constitu­cional sota el pretexte d'endereçar la situació deteriorada per altres.

El Rei, pot i deu en les seves conversacions amb els responsables polítics subratllar el que estima ser l'interès nacional, expressar les seves reserves en front dels projectes que li semblen inoportuns. Resumint, pot i deu posar en guàrdia. No pot anar més lluny. Actuar d'altre manera es fer un mal servei no solament al Rei mateix sinó a les causes que es defensen.

A la funció propiament política exercida pel Rei es poden afegir altres activitats del sobirà. Primer el comandament de les forces armades. Aquesta missió és definida expressament a la Constitució (art. 68): "El Rei comanda les forces de terra i mar ..."

En el transcurs de la nostra història contemporànea, aquest texte ha sigut controvertit. Per dir-ho en poques paraules es tractava se saber si el paper militar del Rei en temps de guerra estava o no sotmés a la responsabilitat ministerial. Aquesta qüestió s'ha superat pel fet que la quasi totalitat de les nostres forces armades depenen del comandament integrat de l'OTAN, observem que el paper del rei en l'aspecte militar conserva, malgrat aixó, la seva importància. L'acondicionament de les forces armades, la crida a les obligacions nacionals i internacionals de defensa, constitueixen un dels nostres principales deures.

El Rei mitjancer

El Rei juga quotidianament un paper de mitjancer, un paper anàleg al de l'"ombudsman" nòrdic. Gran quantitat de ciutadans s'adrecen a Ell per "obtenir justicia". El reclamant espera que l'autoritat moral del Rei podrà conmuore la indiferència burocràtica.

A part de la seva missió política, el Rei exerceix una funció simbòlica i representativa que depèn de la dimensió social de la monarquia. En aquest aspecte, el Rei representa i encarna no l'Estat, aparell de poder, sinó a la Nació o, si es prefereix, el país.

És en aquesta qualitat que es dirigeix a l'extranger per a efectuar visites de cortesia i d'amistat i per a portar la imatge insigne de Bèlgica. En aquesta ocasió l'aspecte representatiu i l'aspecte polític s'uneixen. També és com a representant de la nació que el Rei, assistit per la Reina, viatja per tot el país en determinades ocasions i per motius molt diversos. El fa per informar-se, per estimular i activar l'evolució social, econòmica i cultural. Ho fa també per demostrar no sols el seu interès personal sinó l'interès o el recolzament de tota la comunitat cap a les persones o realit­zacions que mereixen ser distingides i honorades. Aquestes activitats i gestos valoritzen als qui van adreçats. Fins els que no es troben especialment lligats a la monarquia o a la persona reial, les persones a les que se li fa l'honor son conscients que per aquest gest reial, és tot el país el que s'interesa per ells.

Evoquem en aquest propòsit l'aspecte afectiu de la qüestió. Tal i com ho hem dit al començament d'aquesta dissertació, la monarquia es situa en el marc legal i racional de la Constitució. Però ella mateixa comporta també un canvi afectiu i "carismàtic" segons paraules de Max Weber. Aquest aspecte carismàtic es deriva a la vegada dels orígens remots de la institució i també del seu caràcter mateix de continuïtat en la duració.

En aquesta conferència s'ha fet distinció entre l'aspecte polític i l'aspecte representatiu o simbòlic de la funció reial. Crec que aquesta distinció correspon a una realitat. Malgrat aixó no hauríem de separar aquests aspectes, ni oposar-los. En efecte, totes les activitats reials tenen o poden tenir una incidència política. En altres termes, el polític te prelació sobre l'aspecte social i l'aspecte simbòlic.

Una descripció més detallada de la funció reial deuria destacar el recolzament aportat al Rei, en l'exercici de la seva missió, primerament per la Reina, però també per altres membres de la Familia Reial especialment per la Reina Vidua. Se sap que la Reina segueix al rei en tot allò que es refereix al segon aspecte de la funció reial: l'aspecte simbòlic i carismàtic, tant a l'extranger com a l'interior del país. Més encara la Reina es dedica particularment a les obres de la infància.

Unitat de la Nació i regionalització

La Constitució espanyola afirma que "el rei és el símbol de la unitat i permanència de la Nació". A la meva dissertació he volgut esforçar-me per demostrar que el nostre sobirà asumeix igualment aquest paper, fins al punt que un bon nombre dels meus compatriotes es pregunten sobre les possibilitats de supervivència de Bèlgica en cas de desaparició de la Monarquia.

Malgrat això, després d'un o dos decenis, un nou fenomen polític ha aparegut tant a Espanya com a Bèlgica. Faig esment de la regionalit­zació. Pel que fa referència a Espanya, sabem que no hi ha incom­patibilitat entre la Monarquia i el sistema d'autonomies. El mateix passa a Bèlgica: fins a nova ordre, hi ha una voluntat de viure en comú entre flamencs, valons, bruselencs i belgues de llengua alemanya. Ja sabem, aquest "voler viure en comú" segons Renan el fonament mateix de la nació.

Però si sota la forma d'una regionalització o autonomia, els homes polítics preveuen la desparacició del poder central i, per tant, la dislocació del país, és cert la institució monàrquica partirà per això les conseqüències.

Possibilitats de supervivència del sistema monàrquic

Respecte a les formes de govern convé distinguir dues reaccions. La primera és doctrinària. És la de Maurras, per exemple, el qual erigeix en dogma la superioritat absoluta de la Monarquia. És també, a la inversa, l'actitud d'aquells que creuen que la república és, en si mateix, l'únic règim vàlid, encara que per raons de fet s'avinguin a una Monarquia. Aquesta posició és pràcticament la de tots els partits social-demòcrates a les Monarquies de l'Europa de l'Oest i del Nord.

L'altre reacció, que ens sembla més aceptable, depèn de l'empirisme i del pragmatisme. Considera l'elecció d'un règim o d'un govern com a qüestió d'oportunitat que depèn del temps, del lloc i de les circunstàncies.

Quina és en una determinada època, en un lloc determinat, la millor manera d'assegurar la conducta de tal país? Heus ací, doncs, en quin terme s'ha de fer la pregunta. Igualment, allà a on existeix una forma determinada de govern, el problema de saber si hauria que substituir-la per una altre depèn dún judici concret, tenint en compte les avantatges i els inconvenients dels dos sistemes i també d'una relació entre els avantatges del canvi i els perills de transtorns que poguin provocar.

Acabaré l'enunciat d'un fet que em sembla indiscutible.

L'Europa del Nord i de l'Oest compra amb un nombre gens despreciable de reialmes. Aquests figuren entre els Estats més democràtics, més prospers del planeta i a on els drets humans són els menys mal respectats. És, pot ser, una coincidència. En tot cas aquesta "coincidència" desmenteix el suposat anacronisme de la Monarquia.


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Els passats dies 19 a 23 de setembre de 1994, els Reis dels Belgues van realitzar una visita oficial al Regne d'Espanya, destacant especialment el seu viatge a Extremadura. Volem ressaltar algunes paraules de S.M. El Rei Albert II pronunciades durant la seva intervenció davant el Congrés dels Diputats a Madrid:

"Els interessos esencials dels països europeus son els mateixos. Després d'un segle marcat per la sang i les llàgrimes, hem sabut superar els antagonismes a Europa i ens hem organitzat de forma independent, encara que dintre d'organismes comuns. La vida política quotidiana de cadascú dels nostres paísos es troba profundament marcada per la Unió Europea; infleix a les decisions dels nostres governs; les deliberacions dels Parlaments i inclús la jurisprudèn­cia. es tracta dúna empresa difícil basada en el respecte a les particularitats dels nostres pobles i a la diversitat de les cultures que formen el nostre continent. Estats diferents per la seva història, cultura i nivell de desenvolupament cooperen en una unió estructurada, sense esperit de dominació i voluntat de hegemonia."


La Monarquia Belga

Dinastia: Saxonia-Coburg-Gotha

1830: Fundació del Regne de Bèlgica

Leopold I (1790-1865)
1831-1865
x Carlota de Gran Bretaña
x Luisa Mª de Orleans

Leopold II (1835-1909)
1865-1909
x Mª Enriqueta de Austria (+1902)
x Blanche Delacroix

Albert I (1875-1943)
1909-1934
x Isabel de Baviera

Leopold III (1901-1983)
1935-1951 (abdicació)
x Astrid de Suècia (+1935)
x Liliana Baels

Balduì I (1930-1993)
1951-1993
x Fabiola de Mora y Aragó

Albert II (1934)
1993-
x Paola Ruffo di Calabria

Príncep Hereu: Felip

VALÈNCIA I LA CORONA ESPANYOLA


per Francesc Xavier Montesa


Desprès de la descomposició política de l'antigua Unió Soviètica han sorgit amb força aires d'independentisme. El reconeixement, per exemple, de la independència de les repúbliques de Lituania, Estonia i Letònia per part de les autoritats soviètiques, de EE.UU. i de la CE han donat peu a que grups radicals comparin algunes nacionalitats històriques espanyoles amb els països bàltics, despreciant i falsejant la història lliurement.

La més mínima revisió de la història del nostre país és sificient per llençar per terra qualsevol tipus de semblança. Un dels nostres més destacats monarques Jaume I El Conqueridor, escrivia a la famosa Crònica del seu regnat "Nos feim la primera cosa per Déu, la segona per salvar Espanya, la terça que nós e vós haiam tan bon preu e tan gran nom que per nós e vós és salvada Espanya".

Si la conmemoració d'efemèrides té la seva importància en qualsevol societat, sigui aquesta antiga o nova, penseu en el Bicentenari de la Constitució desl EE.UU. o del Vè Centenari del descobriment, no podem passar per alt que la Familia Reial Espanyola és la més antiga d'Europa. Familia, que no Dinastia, que és cosa diferent. Si analitzem objectivament l'arbre genealogic de Sa Majestat El Rei podrem observar com Don Joan Carles descendeix directament de totes i cadascuna de les families reials de les antigues monarquies peninsulars. La història no es pot disfressar. Catalunya es va unir a Aragó perquè Ramon Berenguer IV, Comte Sobirà de Barcelona es va cassar amb l'hereva del regne veí. Un altre Rei d'Aragó i de València, es cassaria segles més tard amb la Reina de Castella, unint les dues corones sota una mateixa dinastia. Així, l'ansiada unió peininsular, que culminaria un segle més tard amb la incorporació de Portugal, es va realitzar pacificament, conservant cada reialme les seves pròpies lleis i institucions polítiques.

A la Guerra de Successió, els antics reialmes de València, Aragó, Mallorca i el Principat de Catalunya, van abraçar el bàndol perdedor, però aquesta no va ser una guerra de separació, sinó que l'antiga Corona d'Aragó va considerar amb millors drets a la Corona espanyola a l'Arxiduc Carles, que seria reconegut com Carles III, pensant que seguint la tradició austriacista, de caràcter neofederal, conservaria les lleis, privilegis i institucions que el regien.

Per acabar, el respecte de la Corona envers la diversitat d'Espanya, encara que una portada de diari suposament monàrquic volgui enlairar en dogma de fé, el que no és més que l'obsessió del seu director, queda ben clar en les paraules de S.A.R. El Príncep de Girona a la seva visita oficial a l'Ajuntament de Cervera, ciutat de la que és Comte, el 23 d'abril de 1.990: "No sols no heu de renunciar a les vostres peculiaritats, a aquesta nacionalitat que tant estimeu i que estimen tots, sinó que també entre tots hem de enfortim-la."

(Publicado en Monarquía Europea N° 10 - 1994 - Edició en valencià)

L'EXILI DELS SAVOIA

UNA QUESTIÓ DE DRETS HUMANS

per Amadeo-Martín Rey y Cabieses

Eel 24 i 25 de setembre de 1994, la preciosa ciutat de Ginebra va acollir a l'Hotel des Bergues a molts monàrquics italians que, al voltant de S.A.R. Víctor Manuel de Savoia, príncep de Nàpols, varen celebrar el dia de Sant Maurici. Representant allà a l'Associa­ció Monàrquica Europea vaig poder contemplar com l'hereu dels drets dinàstics, el príncep de Venècia, repartia les insignies de cavallers de les ordres de Sant Maurici i Sant Llàtzer i del Mèrit Civil de Savoia.

Cada any, el darrer diumenge de setembre reuneix a l?abadia de Sant Maurici d'Agauno el solemne capítol de la quatre vegades centenària "Ordine dei Santi Maurizio e Lazzaro" de la qual és XVII Gran Mestre el Cap de la Reial Casa de Savoia. Excecionalment, fa tres anys es va reunir a Estoril (Portugal), durant el mes de juny, en record del rei Humbert II que visquè el seus exili a la mateixa població que Don Joan de Borbó.

En aquesta ocasió, la nau de l'església abacial relluia amb el moaré vermell dels hàbits maricians, mentre escoltàvem els càntics en sard que, recordant l'origen de la Casa, pregaven: "Curservet Deus su Reu/ Salvet su regnu Sardu/ E gloria a s'istendardu/ Cuncedat de su Rei!", posant a les mans de la Providència el destí dels Savoia. Onsevulga s'escoltava la melódica entonació de l'acent italià, pero sobretot el palpava l'amor a les tradicions monàrquiques de la pàtria. En el fons dels cors, només romania un caliu de tristor: la que té el seu origen en l'arbitrària norma transitòria XIII de la Constitució, que prohibeix en el seu primer paràgraf que els descendents barons del darrer rei puguin trepitjar la venerada terra dels seus avantpassats, ("l'ingresso e il soggiorno sul territorio nazionali"). En el segon declara confiscats els béns de la Familia Reial, i en el tercer estipula que els descendents d'aquesta família no poden ocupar càrrecs polítics. Mentre les fronteres europees s'obren, les d'Italia segueixen injustament tancadas per a aquests prínceps.

Tanmateix, nous i esperançats vents han començar a solcar els cels de la península itàlica. Des que, el 1.981 el lliberal Aldo Bozzi i el republicà Oscar Mammi varen presentar la seva proposta de llei d'abolició, s'escolten cada vegada més les veus dels qui com el senador i tot seguit Ministre de Defensa, cesare Previti, clamen per la derogació d'aquella norma transitòria i de l'article 139 de la Constitució de 1.947, que sacralitza el règim republicà a Itàlia, ambo poc d'èxit, de moment. Desprès de les darreres eleccions, Alleanza Nazionale va retirar la proposta de derogació per "politica­ment inoportuna". Tant la seva llista com la de Forza Italia, havien presentat candidats monàrquics. Per la seva part, quean el senador Francesco Speroni va ésser nomenat Ministre per a les Reformes Institucionals, va voler recordar que tot pot canviar-se a la Constitució, excepte la forma institucional republicana.

El 7 d'agost de 1.993, durant les exèquies del rei Balduí des belges, es va produir per primera vegada el fet històric que un president de la República Italiana, Oscar Luigi Scalfaro, donés la mà a un Cap de la Reial Casa d'Italia. Aquest, el príncep Víctor Manuel, duc de Savoia, segueix tenint molt clar el seu desig de retorn, sostenint que: "Si el país, les circumstàncies, la voluntat popular revelessin que és necessita una restauració, una onarquia constitucional, estaré disposat a asumir aquesta responsabilitat ..." El seu fill únic tampoc no té dubtes que un rei, al situar-se per damunt de les lluites de partit, és una persona al voltant de la qual tots es poden reunir.

Des de ñ'exili, els membres de la Familia Reial procuren mantenir viva la flama "sabauda", amb la confiança que el seu país els pot demanar, tard o d'ahora, que sostinguin les regnes de la restauració d'una democràcia coronada a Itàlia.

L'anciana reina Maria Josep, apassionada per la història - va escruire - per exemple, una biografia del príncep Manuel Filibert de Savoia -, i conscient que forma part d'ella, ha consagrat part de la seva vida a l'estudi de la dinastia del seu difunt marit Humbert II, el "rei de Maig". La seva filla Maria Gabriela es dedica a presidir la Fundació Humbert II i Maria Josep de Savoia -amb seu a Chavannes, cantó de Vaud-, que procura la conservació de tots als documents, llibres i gravats sobre la seva família, que el seu pare va anar arreplegant durant trenta-set anys. El rei Joan Carles I ha par­ticipat també en aquesta Fundació. La princesa Maria Pia reparteix el seu temps entre les rodalies de París i Florida. Maria Beatriu, viu a Cuernavaca, Mèxic, prop de la seva mare, que es va estimar més romandre allà per causa de la seva edat i salut. El mateix Amadeu de Savoia, duc d'Aosta, que té la fortuna de viure a la Toscana, clama per la injustícia a l'exili del seu cosí, a més d'estar convençut del trucatge del referèndum que va portar la república a Itàlia. Victor Manuel, a la fi, ja sigui des de Ginebra o des de l'illa corsa de Cavallo, tocant a la seva amada Sardenya, segeuix aquí per a recordar que les seves temples romanen disposadas a cenyir la corona italiana, quan el seu poble li ho demani.

Per molt que el referéndum de 2 de juny de 1.946 consagrés la victòria de la república, no es pot oblidar que Itàlia va subscriure en el seu dia la Carta de las Nacions Unides sobre els Drets de l'Home, així com d'altres pactes internacionals sobre drets humans. Així i tot, semblen paper mollat quan es tracta d'aplicarles en un cas tan enutjós com el que afecta a SS.AA.RR. els prínceps Víctor Manuel i Manuel Filibert de Savoia. El propi Humbert II reclamava justícia amb aquesta contundència (hi conservo el bell itàlia original): "Le norme constituzionali che bandiscono l'esilio per la mia famiglia violano la Carta delle Nazioni Unite sui diritti dell'uomo, colpiscono bambini e nascituri, rappresentano una sorta di condanna eterna senza che ci sia stato regolare processo. Non si vede il motivo per cui i Savoia non possono vivere in Italia mentre i descendenti dei sovrani francesi, portoghesi, tedeschi, risiedono rispettivamente nelle repuubbliche di origine. L'esilio è prerogativa liberticida degli Stati totalitari."

Quan al sopar de gala del 24 de setembre vaig expressar al príncep de Venècia el meu desig d'una presta tornada a Itàlia del seu pare i d'ell mateix, em va contestar, amb la mirada perduda: "Si pronto, pronto ..." Que es cumpleixi.
(Publicado en Monarquía Europea N° 10 - 1994 - edició en valencià)

En defensa de S.M. Constantino II, Rey de los Helenos

por Francesc Xavier Montesa

La ratificación el pasado día 13 de abril por el parlamento griego de la decisión del gobierno de Andreas Papandreu de privar de su nacionalidad a S.M. Constantino II, Rey de los Helenos, y de despojarle de sus propiedades, ha causado, como era de esperar, indignación al considerar la medida totalmente arbitraria, injusta e inhumana.

Andreas Papandreu ha situado a Grecia, cuna de la democracia, en adalid de la intransigencia. Porque si democracia es sinónimo de libertad de pensamiento y de respeto a opiniones y a opciones políticas claramente diferenciadas, que avalan la pluralidad ideológica de un estado, lo contrario, es decir, propiciar la existencia de exiliados políticos hoy en Grecia, persiguiéndolos, despojándoles de sus propiedades y privándoles de su nacionalidad, se debe de considerar como sinónimo de totalitarismo.

En la Europa de las Monarquías no se excluye a ningún ciudadano por defender formas políticas diferentes e incluso se toleran partidos políticos republicanos, que utilizando los mecanismos democráticos, cuyo funcionamiento garantiza el Soberano, son claramente combativos con la Corona.

Las autoridades griegas, muy susceptibles, que se han visto reiteradamente implicadas en casos de corrupción, han censurado severamente cualquier tipo de propaganda monárquica, al considerar que ponía en peligro a sus ya desprestigiadas instituciones.

Las manifestaciones, no hace demasiado tiempo, del jefe del partido conservador Nueva Democracia (fundado por el antiguo presidente Karamanlis) Kostas Mitsotakis, al declarar públicamente que la "hora del retorno de Constantino II a Grecia estaba más cerca de lo que se pensaba" y el crucero por el Peloponeso de la Familia Real helena, que despertó gran expectación entre la ciudadanía, con inequívocas muestras de adhesión, patentizadas en vítores que el pueblo dirigió a sus Reyes en cada una de sus escalas, ha sido suficiente para que el Pasok (Partido Socialista) de Papandreu tomara una decisión que fue analizada acertadamente según mi modesta opinión por el Rey Constantino II, quien declaró que "es el tipo de decisiones que adoptan los gobiernos totalitarios cuando se encuentran en fase de decadencia", y yo añadiría, en fase de descomposición.

Para todo demócrata que se precie, esta ley, al igual que la que prohíbe la entrada en Italia a los descendientes varones de los últimos Reyes, es desde luego impropia de cualquier nación que pueda llamarse con derecho civilizada, y atenta contra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, en el Palais de Chaillot en París.

La citada Declaración afirma en su Proclama, a modo de introducción, que tanto los individuos como las instituciones "deben de inspirarse en ella para promover el respeto a los derechos y libertades a fin y efecto de asegurar su reconocimiento y aplicación tanto entre los pueblos de los Estados Miembros (y Grecia lo es desde el 24 de octubre de 1945) como entre los de los territorios colocados bajo su dirección". Para manifestar en su artículo 13.1 que "toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un estado" y sentenciar en su artículo 15 que "toda persona tiene derecho a una nacionalidad", para añadir que "a nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad".

El deseo de las autoridades republicanas de que el rey de los Helenos aceptara un pasaporte a nombre de "Constantino Glücksburg" no hace más que demostrar la ignorancia supina de unos gobernantes desconocedores incluso del nombre de su Dinastía nacional. El apellido del Monarca es simplemente "Grecia", cosa tan fácil de demostrar es que tanto nuestro Príncipe como nuestras Infantas fueron inscritos en su nacimiento como Felipe, Elena y Cristina "de Borbón y Grecia", que es lo correcto. El nombre de Glücksburg es el apelativo de una de las ramas de la dinastía de Oldemburgo, tronco de la Casa Real de Dinamarca, Noruega y Grecia. Christian IX de Dinamarca era hijo de Guillermo, Duque (no soberano) de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg en 1825. Inútil ha sido que el Ministerio de Justicia danés hiciera público un manifiesto que declaraba que "los nombres de Schleswig, Holstein, Sonderburg y Glücksburg no han formado nunca parte del "apellido" de ningún miembro o descendiente de la Familia Real de Dinamarca - de la que proviene la griega - ; ningún príncipe danés ha sido habilitado jamás para utilizar alguno de estos nombres como apellido de su familia.

La historia no puede modificarse, a Dios gracias, por decreto. Confiemos que la alta magistratura del Tribunal Europeo de Justicia en Estrasburgo invalidará la decisión desaforada de Papandreu y devolverá a Constantino II, Rey de los Helenos, su nacionalidad y sus bienes.
(Publicado en Monarquía Europea, 1992)

La Monarquía del Siglo futuro

Puntos de vista

Conforme a nuestro lema "La unión hace la fuerza", defendido en el último número, queremos dar espacio también a aquellos monárquicos que difieran en la forma, aunque no en el fondo, de la Monarquía actual. Creemos que unos y otros podemos aportar algo a la Monarquía del futuro que, como ya decíamos antes, en su funcionalidad ha de ser distinta de las Monarquías históricas y actuales, salvando lo positivo a la vez de adaptarse a las exigencias del momento. Con este fin creamos el espacio "Debate monárquico", que esperamos suscite el interés y la colaboración de nuestros lectores.


LA MONARQUIA DEL SIGLO FUTURO

por Ramón Forcadell
Presidente de la Hermandad Nacional del Maestrazgo


Muy poca gente, especialmente en España, podía vaticinar, en el primer tercio del siglo actual, el retorno de la Monarquía en las últimas décadas del mismo. Mas este retorno no sólo parece producirse en España, pues en otras naciones - Rusia, Georgia, Bulgaria y Rumanía - surgen corrientes de opinión en favor de la institución monárquica.

En todos los países de vieja formación histórica existen organizaciones monárquicas, más o menos pujantes, especialmente en aquellos que aspiran a que el Trono vuelva a ser su base unitaria.

En España ha existido, desde 1833, un núcleo importante y vigoroso de monárquicos, a los que los historiadores han venido calificando como legitimistas, carlistas o tradicionalistas. La pervivencia de ese sector de opinión, pese a los avatares históricos tanto nacionales como en el mismo sector, es un fenómeno que admira a los estudiosos del tema.

Pero ese sector monárquico habría, como otros, desaparecido si realmente no estuviese imbuido de unos principios políticos, en cuya defensa han dedicado sus partidarios más de siglo y medio en España.

Un profundo conocimiento y análisis de la historia fundamenta la doctrina monárquica de los carlistas o tradicionalistas, que resumen su lema en las palabras DIOS, PATRIA, FUEROS Y REY.

Parece pueril, en tiempos de agnosticismo y de separación de poderes, incluso de crisis en el seno de la Iglesia católica, que un sector de españoles tenga como primer postulado DIOS; mas no es así cuando se penetra en el significado que esa palabra tiene para el fundamento de la propia Monarquía.

Para la Tradición fue Recaredo, antes que Pelayo, el primer monarca español, por haber conseguido la unidad católica en España, lo cual constituyó la piedra angular que hizo posible la Reconquista, tras siete siglos, y la posterior unión política en la época de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, en 1492, y los posteriores logros de la Casa de Austria, al construir el Imperio en el que no se ponía el sol.

Patria simboliza, junto con los fueros, el sentimiento de los tradicionalistas por las libertades de los distintos territorios que constituían la Monarquía que venía a ser la cúspide de un conglomerado de auténticas repúblicas libres - los municipios y las regiones o antiguos reinos hispánicos -, de ahí la importancia del Rey como arbitro indiscutido en la variedad dentro de la unidad política, por la misma fidelidad a Dios y a la Corona.

Los vendavales revolucionarios, a partir de 1789, asolaron muchas Monarquías europeas. Esos principios -Dios, Patria, Fueros, Rey- son los componentes de la lucha del pueblo español contra la invasión napoleónica y su victoria frente a Napoleón. Mas las ideas revolucionarias extranjeras alcanzaron a los grupos dirigentes de la sociedad española, que frente a la opinión mayoritaria del pueblo, impusieron sus teorías que se iniciaron con la crítica y discusión de dichos principios. Ese fue el motivo de las guerras -llamadas carlistas- al fallecer Fernando VII, en 1833, que en su lecho de agonía modificó arbitrariamente la sucesión de la Corona, que legalmente correspondía a su hermano Carlos, en favor de su hija Isabel II, que por su minoridad fue fácil instrumento en manos de los revolucionarios, para los cuales, a diferencia de los carlistas, la Monarquía tan sólo les servía como un emblema pasajero hasta alcanzar las metas propuestas por la Revolución.

Mientras la dinastía carlista se mantenía arropada por la adhesión de sus partidarios, la llamada dinastía liberal sufría, en primer término, la expulsión de la Reina Gobernadora María Cristina a manos de Espartero; posteriormente la expulsión de la propia Isabel II; luego la pretensión de implantar un Rey extranjero, Amadeo de Saboya, el intento de proclamar la República, hasta que Cánovas del Castillo, en 1872, intenta llegar a la concordia de todos los españoles con una Constitución, para lo cual le ayuda el General Martínez Campos con un golpe de Estado, en Sagunto, que proclama a Alfonso XII.

Extramuros del sistema canovista, quedaron los tradicionalistas, no sólo por lealtades dinásticas a los herederos del Infante Don Carlos, sino por considerar que el régimen constitucional constituía sólo un retraso en el ímpetu revolucionario que trastocaría la institución monárquica española. El primer tercio del siglo actual vino a darles la razón, cuando la crisis social, parlamentaria, de partidos e instituciones supuso el golpe de Primo de Rivera con la Dictadura, sistema con el que quería sostener la Monarquía de

Alfonso XIII. El Dictador, en 1923, pretendió reformar las bases políticas de la Monarquía, para lo cual solicitó el consejo de Víctor Pradera, doctrinario tradicionalista, que llevó a cabo un profundo análisis de los problemas políticos y aportó una serie de soluciones en su obra "El Estado Nuevo". Primo de Rivera no quiso, o no pudo, aplicar aquellas soluciones. En 1931, Alfonso XIII partía de España al exilio.

El año en el que el Rey constitucional abandonaba la Patria, los únicos monárquicos organizados eran los carlistas o tradicionalistas, con círculos, requetés, políticos y doctrinarios, y a ellos acudieron los escasos partidarios activos del destronado monarca. Recordemos cómo Eugenio Vargas Latapié fundó "Acción Española", con el propósito de recoger las doctrinas de Pradera y otros pensadores tradicionalistas. A partir de 1939 los únicos monárquicos activos seguían siendo los tradicionalistas, cuya doctrina inspiraba todos los documentos, manifiestos y actuaciones de los monárquicos durante la dictadura del General Franco.

En 1978 se promulgó una Constitución, que difiere poco con la anterior de Cánovas del Castillo. Dieciséis años después, de nuevo se habla de crisis institucional, especialmente en los apoyos políticos de esa Constitución - partidos, administración de Justicia, autonomías regionales - y una creciente abstención en las elecciones generales son exponentes de esa crisis.

El momento es, por tanto, difícil y de gran responsabilidad histórica, en concreto para los que se sienten herederos de la Tradición política, y de forma especial para los que se han integrado en la Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, - fundada en 1962, cuando todavía estaba muy lejana la hora de la Monarquía en España -, por ello a través de la revista MAESTRAZGO han venido ocupándose de analizar y dar soluciones a estos problemas políticos.

Confusión de las Ideas

Manipulación terminológica y Monarquía

Muchas veces, algunos conceptos son utilizados de forma equivocada, especialmente por los medios de comunicación, bien porque el que los maneja no está consciente de su verdadero significado, bien porque se trata de manipularlos concienzudamente para confundir las ideas del lector y, a largo plazo, de la sociedad entera para favorecer, en nuestro caso concreto, una predisposición en contra de la idea monárquica.
La desvirtuación de conceptos, tan frecuente en los últimos tiempos, no siempre es intencionada, pero esa no intencionalidad no es sino el fruto de una manipulación terminológica dirigida al debilitamiento primero lingüístico, segundo conceptual y, finalmente, ético y moral, para lograr una sociedad sin ideas claramente definidas y, en consecuencia, fácilmente manejable por parte de los sectores que ostentan el poder fáctico no interesados realmente en el bienestar de sus ciudadanos (o, en nuestro caso, en ceder parte de ese poder a una entidad suprema e independiente, moderadora y vigilante como el Rey).
La manipulación terminológica es una labor gota a gota, pero eficaz a largo plazo. Se da en muchos ámbitos diferentes de la sociedad actual, pues no sólo en la publicidad está probado que la manipulación es beneficiosa para los que la dirigen, sino que resulta mucho más interesante a niveles más elevados como la política. Sólo a veces, y por suerte, la voluntad popular es más fuerte, como demuestran los movimientos monárquicos en los países del este y en Brasil.
Vamos a ocuparnos a continuación de los términos que describen conceptos concretos de especial significado para la Monarquía.
Un término que con más frecuencia se utiliza inadecuadamente es él de la instauración, incluso al hacer referencia a la restauración monárquica española. Parece que se olvida con verdadero placer que en España no ha habido ninguna instauración de la Monarquía, sino una restauración y no mediante el referéndum sobre la Constitución de 1978, sino con anterioridad. El referéndum sólo confirmó esta restauración que se hizo efectiva con la proclamación de Don Juan Carlos de Borbón y Borbón el 22 de noviembre de 1975, formalizándose la legitimidad dinástica con la renuncia de Don Juan de Borbón en favor de su hijo en 1977.
Instauraciones monárquicas sólo las puede haber en países que no tenían antes la Monarquía como forma de estado o cuando el nuevo régimen monárquico se estableciera sobre una base jurídica (dinástica) completamente distinta (como cuando en España se proclamó Rey a Amadeo de Saboya por decisión de las Cortes a consecuencia del derrocamiento de la Reina Isabel II; o cuando el régimen franquista instauró en 1947 un régimen monárquico inspirado en principios tradicionalistas, pero ficticio en cuanto que no designase qa ningún suceror a título de Rey hasta 22 años después).
En todo caso, cabe hablar de re-instauración después de un período no monárquico, pero consideramos más apropiado el término de restauración como expresión de la legitimidad histórica, lo que no está en contradicción con la idea de modernidad de la institución monárquica, que ha sabido adaptarse mejor que ninguna otra a los nuevos tiempos, a las exigencias del pueblo e incluso adelantándose a los acontecimientos. Esto es importante resaltarlo cuando se empieza a argumentar que la Monarquía es algo que pertenece al pasado, pensando más en su versión cinematográfica del Rey francés Luis XIV y su Corte que en el significado verdadero del Rey y la Corona. Lo que sí pertenece definitivamente al pasado es, en cambio, la revolución bolchevique de 1917 y toda la base ideológica que la trataba de legitimar: no supo adaptarse ba los nuevos tiempos por su inflexibilidad y por su incompatibilidad con la naturaleza misma del hombre.
En consecuencia, y con mucha más razón, al hablar de los países del este europeo y de otros como Brasil, nunca será acertado decir instauración, ni siquiera utilizar el término de reinstauración, porque allí la Restauración significaría el restablecimiento de la democracia, de la justicia y de la paz social. Al igual que la brasileña, todas las Monarquías de Europa oriental tenían y seguirían teniendo legitimidad histórica (Bulgaria, Rumanía, Serbia, Montenegro, Rusia, Georgia, Hungría, Albania).
Al igual que se trata de desvirtuar el verdadero significado y alcance del concepto de la Restauración, se describe a los legítimos herederos de los tronos como si de candidatos de partidos políticos se tratara. La utilización de las denominaciones de aspirante o pretendiente no sólo es del todo incorrecta, sino nos hace sospechar que está dirigida a desautorizar las reivindicaciones legítimas de los respectivos Príncipes Herederos. Todos los Príncipes o Reyes exiliados o destronados que cuentan con nuestro apoyo, son herederos del trono, por la legitimidad histórica y dinástica que les confiere esa dignidad. Es una confusión de términos, a veces intencionada, por parte de ciertos sectores, dirigida a debilitar la idea de legitimidad de la institución monárquica y su derecho a ser restaurada, tratando de poner en entredicho la verdadera condición de heredero legítimo de este o aquel Príncipe o Rey.
Hay que pensar también en que todas las Monarquías de Europa oriental y de Brasil fueron abolidas por la fuerza y en contra de la voluntad popular, incluyendo a Rusia, donde la revolución bolchevique no contó con el apoyo popular masivo, sino más bien con masas dirigidas que no tenían la necesaria representatividad (no hubo referéndum), y donde los cabecillas revolucionarios optaron por eliminar a la Familia Imperial para poner al pueblo ante unos hechos consumados que consideraban así serían irreversibles para eternizar un sistema inviable a largo plazo.
En el caso de la Monarquía no se trata de nombrar candidatos que aspiran a convertirse en Reyes. O tienen derecho a serlo, o no lo tienen, no caben discusiones. Y en cuanto a los Reyes hasta hace poco exiliados (Simeón II, Miguel I), se da la circunstancia que por las razones anteriormente expuestas siguen siendo legítima y en teoría también legalmente los Reyes de sus respectivos países (al restablecerse la democracia se tendría que haber confirmado la vigencia de las constituciones anteriores a la toma del poder por los comunistas y restablecer así la legalidad constitucional y democrática en lugar de saltarse la ilegítima instauración de la república).
En todo caso, podríase hablar de pretendientes cuando no está claro a cuál de los Príncipes corresponde ser Príncipe Heredero, por cuestiones dinásticas (renuncias históricas no confirmadas -por ejemplo- por el Parlamento o el Jefe de la Casa Real o Imperial de entonces), o de aspirante cuando se tratare de elegir a un Rey para instaurar un régimen monárquico.
En fin, cuidémonos de dejarnos manipular. Mantengamos siempre la independencia de nuestras ideas. Seamos siempre críticos con las informaciones que nos hacen engullir. Porque hoy en día hay medios suficientes para documentarnos de tal forma que podamos hacer estudios comparativos que nos permitan llegar a conclusiones lo más objetivas posibles.
Y ante todo, debemos tener muy en cuenta que la institución monárquica debe renovar y aumentar de forma permanente sus autodefensas para contrarrestar un incremento de la agresividad de esas manipulaciones, que podrían tener el mismo efecto como, por ejemplo, un cohete descontrolado.
Esa autodefensa implica también que un Soberano pueda transmitir sin dubitación la seguridad de que la Monarquía moderna puede constituir una fórmula de unión en un clima general de descomposición, destacando las virtudes del orden político que encabeza.


(Artículo publicado en Monarquía EUropea Nº 4 Año 2 Abr-Jun 1992)

De la Idea Monárquica y del Derecho divino

por Luc-Olivier d'Algange


Ciertamente, la Idea Monárquica tal como la entendemos nosotros, no se satisfar­ía con ver a un Rey a la cabeza del Estado. La idolatría del "orden" en el que una determinada burguesía "bien-pensante" gusta de legitimar sus creencias, sus codicias y sus resentimientos, nos es más hostil que el simple desorden, que no reina más allá de los sueños. Al orden antiguo siempre le sucede un orden nuevo en el que es preciso descubrir su verdadera naturaleza antes de celebrarlo o de hablar mal de él.

Lejos de padecer los inconvenientes del desorden, este mundo sin Dios en el que vivimos es, al contrario, tormentado por un exceso de rigor en los dominios en los que, antaño, la libertad se regocijaba en las letras, las almas de las leyes más volubles y más sutiles. Los tiempos modernos, que se hacen llamar "humanistas" han entregado a los hombres a sus poderes opacos, niveladores y aniquilantes del Orden, convertidos en ídolos.

El hombre "liberado" de Dios es el hombre esclavizado por los determinismos más despiadados. Los humanistas modernos no se han cansado de hacer incomprensible todo conocimiento de los Misterios divinos, han obrado de la suerte de someter al hombre a las leyes de la naturaleza, las que, interprestadas de manera mecánica, no conocen ni la gracia ni el perdón.

La Idea Monárquica, que se define en sí misma como la de ir más allá de toda política y todo pragmatismo, no es otra que esta jerarquía cuyo punto más alto es el Signo del reencuentro de la tierra y del Cielo, - Signo de esperanza sobrenatural que simboliza la paloma de la Consagración y que deja al hombre el derecho y la oportunidad de no existir exclusiva­mente en el orden de la necesidad.

Por la misma razón que la Idea Monárquica es de derecho divino, la realeza significa que, - lejos de encerrarse en sí misma y de hacer enfermar al hombre en la mazmorra de su propia presunción mórbida, el orden del mundo se abre a una luz cuya intervención basta para suspender todo encadenamiento, toda lógica y toda determinación.

Nacido de este derecho que la supera, la realeza en su dominio político no sería otra cosa que el ejercicio del equilibrio entre el orden y el desorden, - Nietzsche hubiera dicho entre el Apoliniano y el Dionysiano,- tanto es cierto que la línea y el color son igualmente importantes y que el abigarramiento del mundo no es el menor de las inmanentes alabanzas a la gloria de Dios.

El hombre sin Dios renuncia a su libertad sobrenatural por caer bajo el yugo de la naturaleza y de la especie humana, su "derecho" se va a limitar a la situación que él ocupa en el mundo, - es decir, en tanto que persona, como casi nada, pero por desgracia, el es pobre y carece de poder.

Aquí es preciso entender bien que antes de ser un poder, la realeza es un símbolo que ordena todo poder bajo una Autoridad de la que depende la posibilidad misma de ser libre. Es un Don sobrenatural que nos corresponde, ya que aprendemos a saludar en él la venida por nuestras obras, la libertad de ser se confunde con la más grande ligereza. Nacido de las Alturas, ella nos llevará, si sabemos aceptarla, hacia las Alturas.

Al reducirnos a no ser más que un proceso de la animalidad y de la naturaleza, los humanistas modernos nos privan de esta más alta libertad sel ser. Al tenernos en la idea de que el hombre sería un animal que ha "evolucionado" hacia la razón, el humanista moderno desconoce la radical diferencia metafísica que distingue al hombre del resto de la creación. El hombre no es un animal al que se habría venido añadiendo una razón o un alma, predestinado por ella misma a escapar a la perfección ordenada del mundo inmanente.

A este respecto, ¡el pensamiento que hizo que se edificara, por ejemplo, la catedral de Reims, es en el verdadero sentido del término infinitamente más humanista que esas teorías recientes que aniquilan en nosotros lo Unico para hacer de nosotros las unidades de una comunidad humana, de un Demos que posee sobre nosotros todos los derechos políticos y morales, en virtud de su cantidad!

Cómo no ver que en el símbolo de la realeza sagrada, reflejo exacto de la realeza interior, permanece esta oportunidad magnífica de disponer un poco del mundo según las normas de la Bondad, de la Verdad y del Bien, en la consonancia fundamental con el Espíritu.

Dado que el Símbolo viene a ser destruido, nada debería retener más al horror de la Historia de tomar posesión de todo y de todos. El Dragón del que no hace mucho San Miguel nos protegía, no es otro que, de lo que resta, que esa historia divinizada, entregada a los postigos de la muerte que profana la muerte misma.

Vivimos en tiempos que sobrepasan vertiginosamente los cuentos más crueles de Villiers de l'Isle-Adam. El retorno del estado no cambiará nada si el pensamiento mismo no es secuestrado, trastocado y arrebatado por la fulgurante e iluminadora santidad del Espíritu.

La práctica religiosa y la práctica política, sin un Conocimiento que las fundamenten, son de todas las menos lanzadas; ¿y cómo es que de aquí en adelante debemos confiar en el azar, dado que todo es rigurosa­mente determinado por los instantes mismos que conjuran nuestra pérdida?

La experiencia espiritual, igualmente fugaz e incierta que la que ella pudiera parecer, vale más, en estos tiempos de confusión y de desastre, que todas las teologías, al igual que la experiencia, en sí, del sentido de la humana dignidad, vale más que todos los militantismos.

Y como imaginar que la Fé podría obrar para gloria de Dios sin el Conocimiento, ya que ella no es ella misma si9no que el asiento del Conocimiento victorioso, la repercusión en el espacio del pensamiento de donde viene el Conocimiento? Con esa fuerza, qué podría retener la Fé, si no el Conocimiento?

Las argucias contra el Conocimiento, - o dicho de otro modo, contra la Gnosis y contra la metafísica, - no son, a mi modo de ver, tampoco menos inquietantes que esa fuerza que entraña la Fe, esa fuerza que no es más que el Conocimiento, sino la emanación de un Demos del que permanecen los medios y los fines, que, en suma, no son discernables.

Ahora bien, a esa distinción misma del Dragón, criatura eterna del caos, solo se opone la espada arcangelical de la Eternidad. La realeza de derecho divino es la misma que, por la existencia y la eternidad, libera las almas de eso que no es eterno. Resulta en este contexto que la realeza de derecho divino, lejos de ser esa con­tinuidad tan cara a los conservadores, es en realidad, y en la Bondad, la inscripción en este mundo de un Signo que escapa a toda temporalidad.

AETERNITAS NO EST SUCCESION TEMPORE SINE FINE SED NUNC STANS. La eternidad no es la sucesión sin fin de los tiempos pero el instante. De esta presencia real, donde se inmovilizan los efectos y las causas, la realeza de derecho divino da testimonio.

A despecho de las retóricas nacionalistas, la memoria francesa es esa transparencia ardiente de la que la lengua francesa guarda su secreto. Alguno dijo que el sentido de las palabras se orienta por su origen. Así, por origen, Francia es un Reino y un ser francés, este ser del hombre libre. Así, de nuestra fidelidad al esplendor intemporal de la Consagración no sabríamos llegar por nosotros mismos a una "defensa" cualquiera de los "valores" y de la "identidad" en cuyas voluntades se refugia la impostura burguesa. Nada de lo que subsiste merece ser defendido. Sólo nos importa lo que es, - y en donde el ser se sitúa, al margen de las formas caducas, en esta actualidad permanente que es la de los Príncipes.

Escritores, las palabras y las frases que escribimos nos importan menos que el sentido que las anima, y según nosotros creemos entender que el estilo es precisamente esta gracia que, de un tiempo a otro, nos guía y que consiente a dejar nuestro pensamiento en una ociosidad feliz.

Pero esta ociosidad no es otra que una reverberación del paraíso perdido donde súbitamente la memoria francesa torna y se deplora en los poemas y sus castillos. Porque los poemas son los castillos del Alma al igual que poemas de piedra son los castillos, en los que los nombres a su vez de hacen poemas.


(de La Place Royale nº 33, B.P. 88, F-81603 Gaillac)